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viernes, 4 de agosto de 2017

Gestión de la obsolescencia tecnológica imprevista: los equipos descatalogados del Plan Ceibal.

                     (P) Hugo Napoli, 2017                   

¿Qué sucede cuando una empresa paraeducativa con grandes posibilidades técnicas y de infraestructura -no sujeta coherentemente a autoridades calificadas y preparadas a nivel de dirección pedagógica-, aparece como vademécum de una educación manoseada, y sin rumbo propio?

¿Qué situaciones se generan cuando la misma institución comienza a inyectarse groseramente en el sistema público, proponiendo a supuestos idóneos en espacios de poder, supuestas soluciones innovadoras y creativas, pero a su vez comenzando a crear necesidades superfluas que otrora no existían, y embelesando con facilonga magia a posesos multiplicados por cientos que comienzan a aceptar nuevos dogmas como la panacea del éxito, reproduciendo así el modelo y haciendo cada vez más complejo el desentramado de toda esta maquinaria y su arduo desquiste ideológico?

Uno de los problemas de este delicado, frágil y cuestionable entorno, es el sentimiento de autosujeción de la muchedumbre a normas impuestas por otros, así como la aceptación voluble, infundada y semi-inconsciente (por lo tanto, semi-responsable), respecto a un nuevo sistema, un nuevo orden que parecería oficiar de enorme sol esperanzador anhelado por un superviviente ya sin fe luego de una mayúscula y persistente hecatombe.

Las preguntas, serían... ¿qué desastre aconteció antes, para que en el presente tenga cabida todo este movimiento?

¿Quiénes serían los sobrevivientes?

¿Necesitamos este tipo de cura? ¿Para qué?

¿Qué precio -figurado y real- estamos pagando por todo este metamórfico y darwiniano tinglado que aún no acaba de convencer, ni de ser totalmente repudiado?

La omnipresencia, ahora ya derivando en omnipotencia tecnológica, impone condiciones, administra fondos ajenos, manipula costos, invierte, crea reglas y autosustenta sus inconsultos, macizos y cófrades procedimientos, su tosca planificación -aún en el error, y aún en la repetición de idénticos (por tanto, presumiblemente endémicos) yerros-.

El Plan Ceibal ha decidido -una vez más, sin hacerse responsable de sus tajantes decisiones- descatalogar o desclasificar equipos.

¿Cuánto costaron esos equipos?
¿Quién decidió ponerlos en órbita, cuando ya desde un principio, eran equipos casi obsoletos?
¿Qué se está haciendo con esos equipos, una vez que las dependencias de reparación del Plan Ceibal no los aceptan, siquiera para repararlos a nivel de software?
¿Qué hace el usuario que una vez fue "beneficiario" -sin análisis de merecimiento- de un equipo ("ceibalita"), cuando el mismo quedó más obsoleto que en un inicio, se averió, se deterioró, y ni siquiera es tomado por esta institución como parte de pago de otro nuevo o distinto?
Simplemente: no los aceptan ni los cambian. Tampoco los reparan.
Esos equipos, permanecerán orbitando en nuestro entorno, cual un anillo de meteoritos, a menos que las instituciones comiencen a lidiar con ellos y a poner trabajadores a ocuparse de lo que el Plan Ceibal no quiere y debería estar obligado a hacer: actuar en consecuencia del devenir. Actuar responsablemente. Dejar de sentir esa coraza política de protección y poseer más sensibilidad educativa y social de la que "creen", "dicen", "ostentan", "se vanaglorian de" tener, y al menos, devolverle a la sociedad uruguaya, una parte significativa de lo que esta misma sociedad les dio y por lo visto les seguirá dando, a menos que una gestión política seria en el tema comience a parametrar a este pulpo tecnológico autogobernado.

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